lunes, 12 de noviembre de 2007

EL FOLKLORE Y ATAHUALPA

DE CERRO BAYO Fragmentos (1967)
Las costumbres y tradiciones expuestas en este libro han sido observadas y cuidadosamente fijadas. No hay en toda la obra juego alguno de imaginación. Desde los detalles de los amaneceres, a los ocasos y las noches, las fiestas y las dudas y pesares de los hijos de la vida en Cerro Bayo.
Atahualpa Yupanqui
LA TARDE
En el filo de las cumbres se ha degollado la tarde. Las sombras van devorando los detalles, pero sobre la línea de los lejanos cerros se dibujan aún las claridades.
Los jóvenes las miran y tejen anhelos y quimeras; los viejos averiguan en ellas el tiempo que hará mañana. Poco a poco, el campo se va poblando de estremecimientos. Se insinúa la sinfonía del ocaso con un adagio a cargo de los violines invisibles del pajonal; luego la melodía se afirma en la flauta de los grillos que dialogan con el rumor de los montes. Los algarrobos quieren hacerse un canto en la brisa. Y las nubes se detienen un momento a escuchar.
El río viejo músico, sigue andando, andando... Se va la tarde con el regreso de los rebaños, con la canción de los pastores, con el trotecillo de las cabras, con el lejano balido de las bestias.
LA NOCHE
La noche engendra pesares y calma fatigas...
Por diversas sendas, la Quebrada recibe a sus hijos que regresan de los cerros, de los potreros, de los sembradíos.
Allí vuelve Fabián Sarapura, con el lazo sobre el hombro. Por ahí pasa el chango de la Damiana, arreando la vaca y el ternero. Allá en la sombra, el silbido de Juan Abracaite sirve de anuncio en su casa de la loma, allá abajo, monte adentro, alguien, seguramente Santiago Chauqui, está haciendo leña.
Las manos de los hombres están cansadas, olorosas como los yuyos que arrancaron, como la tierra sembrada, como el aire de la noche joven.
Los sonidos del ocaso recorren todos los matices, desde el crescendo de los chañares hasta el canto monocorde y fresco de la vertiente. Toda la tierra respira un poderoso aliento de grano maduro y música libre.

Asi como el alma humana precisa de la belleza y el dolor para crecer, el grano necesita, para vigorizarse, de la música total del árbol, de la hierba, del río y del viento. A la par del agua oportuna, regando la buena tierra, los rumores del campo favorecen el proceso prodigioso de la semilla.
Se está produciendo un reventón de estrellas. ¡ Si parece que Pachamama colgara del cielo, en cada atardecer, las espuelas de todos los gauchos que desertaron de la vida!
Se viene la noche...
La mula parda está trajinando para pararse al potrero de alfalfa, aprovechando el zanjón de la acequia grande. Cerca, el zaino se está comiendo el paisaje, poco a poco,. A veces, sus cascos tropiezan con una piedra. Y el breve chisperío alumbra un pastito recién florecido.
El último pájaro pasa en tajante vuelo, como un guijarro con alas. Lo demás, ya es pura sombra, buena y azul.
CAMINOS
Ni un rumor.
Todos los sonidos de la noche han ido desapareciendo. Duermen los grillos, calla el pajonal. El viento mismo es una cosa ausente. El aire, inmóvil.
La montaña se llena de silencios en el nacimiento de la luz. Algunas estrellas tenaces se afirman en el cielo. azul, que ha perdido su intensidad.
Sobre los montes del oriente vagan extraños tonos rosados, morados, lilas. Ya no es preciso adivinar las cosas: ahí están los algarrobos de la cuesta, la rama alta del álamo junto al camino, el pedregal, la cerca, el cauce gris del río, los oscuros terrones de tierra arada que huelen gratamente. Sobre los pastos del potrero comienzan a brillar las lágrimas del rocío.
¿Ha cantado un ave...?
Algunos ranchos despiertan a la vida del alba. Un humo breve se fuga por encima de los techos quinchados.- Palidecen los últimos tonos de la sombra. Ya no es un misterio la mañana. Ha pasado el minuto del alumbramiento. Los pájaros ensayan tímidos su canto matinal. Aletean probando la resistencia de las ramas, prontos al vuelo.
En los patios los hombres estiran los brazos para ahuyentar la pereza. La tierra los espera como una amante fresca y perfumada.
¡Caminos!
Cicatrices del anhelo, de luchas, venturas, de sueños y regresos.
Cada cruce, cada bifurcación es un puerto de adioses. Caminos.. .
Venas abiertas por donde corre la savia de la vida que... bradeña, donde repica el tranco breve de las llamas y burrillos, donde se deslizan las ushutas, donde nace el canto del hombre.
Caminos que suben las cuestas del Cerro Bayo, salpicadas. de cardones centinelas que custodian los oratorios a cielo abierto que los indios llaman apachetas. Sendas que se esconden en los montes de algarrobillo y churquis, y aparecen más allá, pasando el río, y entran por entre barrancos rojizos, arrastrándose hasta el caserío' de la villa, donde la vida se anima y las casas se aprietan como para vencer el frío y la soledad.
Caminos...
Por ellos van los hombres y las mujeres hacia los cañaverales abajeños, a cambiar una canción por paludismo. Por ellos pasan los runas arreando su hato de llamas cargadas de sal. ¡CÓmO brillan las alforjas, los chúcllos y los
CARNAVAL
Ha llegado el Carnaval. Ha venido madurando montes y pastizales. Ha bajado .de los cerros, en el grito largo del viento que trae la risa de Pullay, el duende alegre de sombrero rojo y cara enharinada. .
La Quebrada despierta en su mañana fiestera y en todos los ranchos se advierte inusitado movimiento. Las chinitas se han vestido de domingo. Los mozos han sacado a relucir sus mejores prendas camperas. Los árboles se mecen en la danza' de la mañana asoleada. Y hasta los perros se estorban en el ir y venir por los cuartos, las cocinas y los patios. " . .
Todo. el mundo marcha hacia las carpas levantadas en las afueras de la villa. .Las chicherías, los boliches del camino principal, hierven de gente. Los virques de chicha y aloja relumbran al sol. Las viejas venteras no se dan tregua vendiendo, entregando, cobrando, protestando, riendo. Las kollas madres andan por ahí, con sus huahuas llorosas y hambrientas. A veces, las conforman y se descubren el seno oscuro y laxo en el que las criaturas cumplen con el engaño y se quedan luego calladas. Todo es un desfile de colores intensos: azul, rojo, blanco, amarillo, verde, morado, batas floreadas, zarcillos de plata, sombreros relucientes, otros ovejunos. Las cimbas de las chinas relumbran más que nunca.
Los hombres conversan, se saludan cordiales, con amabilidad desusada. El Carnaval apacigua rencillas. Es una fiesta de ponchos. Ahí está el poncho rojo con guarda azul que usan los gauchos de Cerro Pircado, que han bajado en la mañana con sus chinas en ancas. Tienen platita en el bolsillo y buena ley de plata en las espuelas. Está el poncho canela de los serranos de Abra Grande, casi todos mestizos de buen pasar, dueños de grandes majadas. Está el poncho claro y colorinche del mocito pueblero que llega a la fiesta con gesto de señor, y que será seguramente el primero al que habrá que auxiliar porque no aguanta el alcohol, o habrá que dar, le una tunda porque se propasará con la china que riéndose de él le ha de cantar:
¿A qué vienes, forastero,
si te han de sacar los cueros?
Ahí están los ponchos del color de la tierra, y el poncho pardo de los runas pobres, sin flecos ni guardas, ponchos sabios de nieblas y ventiscas, cobija única en esas noches de ojos abiertos. Todos forman un oleaje crepuscular, una fantasía pictórica, cordial y melancólica a la vez.
Ahí están las orquestas, en cada chichería, en' cada carpa. En la carpa grande, la carpa de los pobres, están dos quenas, un charango, una guitarra: y un bombo. Al principio de las músicas se manifiestan ociosas durante largos intervalos. Pero ya vendrá el desendreno. Los musiqueros han comenzado a beber. Todos quieren obsequiados. Chicha, aloja, cerveza y vino: cualquier cosa que aturda los sentidos y aliviane el alma. Ya cob,ra bríos el charango. Y toda suerte de bailes se suceden. El bailecito, la zamba, la cueca, el gato, el kaluyo, el carnavalito... El pueblo gira en las danzas tradicionales y recobra posturas antiguas en la cortesanía, en los saludos.
El bailecito ha venido de arriba, del altiplano. Ha venido llorando ausencias en las quenas y riendo fiestero en las cuerdas .de los charangos. Nuestro pueblo labriego del Norte argentino lo recibió con cariño y lo adaptó. Es que la música no reconoce fronteras. Entre nuestro país y el vecino del Norte no hay mayores diferencias. El paisaje es el mismo; iguales las tierras, la piedra, el color de las ropas y la manera de sembrar; iguales sus problemas, sus sueños; igual su tragedia de pueblos olvidados.
Ya la zamba está poniendo la nota amable en la fiesta. Ceremoniosa, dulce, expresadora de amores y esperanzas, esta danza nuestra tiene una jerarquía difícil de superar. El hombre rodea gentil a la moza de ojos vivos, con su mirada ancha y. limpia, le habla con el vuelo de su pañuelo, le hace frente por momentos, desafiando esos ojos, y la deja pasar para seguirla de nuevo, en un juego magnífico de gesto y actitud hidalga. Nada hay de urgencia. Ya se rendirá la moza cuando la música obligue la última ronda, y el hombre alcanzará el amor simbólico.. y la mujer llena de dignidad, inclinará su orgullo frente al. enamorado constante y respetuoso. ¡Qué donosa es la zamba de la carpa grande!
En la tierra bien regada' se van dibujando los juegos de la danza. Apenas si las espuelas del gaucho tintinean al ritmo de la música para ayudarla, para levantar y afirmar el gesto criollo de reclamo y disimular la inquietud de la espera. .
Ella misma, morena, robusta, ataviada en blanco y morado y con las largas cimbas que le castigan la cintura, pasa y pasa la ronda del baile, sin dejar huella en el suelo, tan liviana es y tan entregada está a las cosas que le van despertando un sentimiento...
Ha llegado el Carnaval, la "Fiesta Larga" de los seres abandonados y Solitarios. El acontecimiento los congrega; se discuten temas de siembra, de minería, se engendran amores, se curan.. olvidos, se calman enojos, se olvida un poco el dolor de vivir así. ,
. El movimiento es intenso. Gentes van, gentes vienen. Allí, bajo -los árboles, se amontonan lm¡ caballos y las mulas. . Algunos han desensillado, dejando sus aperos al pie de los algarrobos, y entre zamba y zamba se acercan a echar un vistazo a las prendas y a las bestias.
-¡Se va un gato!
Mientras los músicos desparraman acordes como anuncio, las parejas se llegan bajo la enramada, bajo la galería del boliche o en el patio abierto. Algunos ensayan sus dedos en castañuelas; los más mozos se agachan y frotan sus manos en la tierra; las chinitas se acomodan sus vestidos chingados ; preparándose para el coqueteo y la conquista posterior. Allá dispara una kolla, perseguida por dos hombres que la quieren regar con cerveza. Esquiva las mesas y las sillas, se mete por entre los bailarines, pierde una ushuta y sale al camino. La alegría se apaga un momento en la pobre mujer, que desde lejos, airadamente; se despacha contra los carnavaleros, insultándolos en quechua y en castellano. Eso no es inconveniente para que después la. veamos junto a sus perseguidores, bebiendo en gran amistad, bailando con donosura, y más tarde, ebrios todos, la escuchen cantar con la caja, coplas andinas, un poco pastoriles y un - poco picarescas. .
Mientras tanto el gato ha levantado un tropel de zapateos, unos rítmicos, otros disparatados. Las espuelas se lucen en acompasado tintineo, las botas apisonan el suelo, las ushutas apenas cepillan el espacio, los ponchos se agitan en oleaje crepuscular, y las mujeres se zarandean livianas, graciosas, esquivas, tímidas. El tomtom del bombo enciende las alegrías, calienta la sangre. Por ahí, bajo la arboleda, hay un remolino de caballos y mulares, producido por un redomón que tironeando se ha desatado y busca la manera de escaparse, con las crines revueltas y la mirada brava.
-¡Tópen! ¡Tópen! ¡Párenlo...! .
Varios gritan. El animal vacila, piafa desconfiado, se estremece como queriendo atropellar la barrera de kollas que procuran pillado. Al rato está asegurado, fuetemente maneado. .
Ríen algunos. Beben todos. Bailan las parejas. La quena finge frivolidad. El charango juega su alegría mestiza. El bombo se afirma, quejándose rítmicamente. Chicha, cerveza, aloja, vino, alcohol.
Y el silencio de un año queda roto en las danzas, como un cántaro sobre el pedregal.
Los ranchos de la quebrada de. Cerro Bayo, como tantos. otros quedan vacíos, por decir así. Todo el que puede caminar, desaparece por las sendas que conducen a la villa. Es claro que queda el chango pastor, y los perros, y alguna vieja renegona que ni fuego prende. Los demás, los hombres, las chinas, las mocitas, los changos curiosos, todos andan por ahí, por las carpas, los boliche::;, los callejones...
El salteño García, que tiene un rancho y unas cuantas' botellas de alcohol en Puesto Chico, también ha compuesto la ramada, prolongando la galería, agrandando el guardapatio, allá, a tres mil metros de las salinas. y tiene su gente, que bebe y se divierte, aunque con mucho silencio y poca música. Apenas si hay un tamboril, quejándose en la tarde fría. Pero sirve para que los hombres prueben sus voces. Aplican la caja casi a la sien. Y golpean, golpean, ritmando alguna vidala arisca:
Yo no soy de aquí...
Yo soy de El Mollar...
Seguime viditay
Tal vez te ha'i gustar...
y no falta la kolla rotosa que le arrebate la caja para repiquetear a la manera altiplaneña, y contestar la copla con agudo canto:
Ese verso que ha cantau
es más viejo que mi agüela.
Procure volver p' al año
traendo una copla nueva...
Los cantos ruedan por esas cumbres, caen a las quebradas, rebotan en las peñas y se alargan en el aire fresco. Más allá, en los valles, han de estar también, entre los jarillales y las arenas, haciendo sonar las cajas y las guitarras, pechando en las trincheras con sus caballitos coludos y guapos. ¡Bien haiga la chaya...! y las mujeres vallistas, grandes carnavaleras, camaradas bailarinas, coplistas y jinetazas, gozarán de la fiesta con espíritu alegre. Y han de decir la copla:
¿Qué casta será la mía...?
Mi magre no ha sio cantora.
¡Cuando oigo sonar la caja
se me hace el mundo totora...!
Era muy tarde ya, porque la luna había andado la mitad de su jornada. Se han dormido los borrachos, por ahí: unos en el camino, otros al borde de las acequias, otros bajo los árboles. Los caballos descansan con las orejas gachas y la cabeza caída. El charango no suena ya. Las quenas se han ido apagando de tanto llorar cantares. Sólo el bombo es mago de la fiesta. Ahora alguien está gritando una copla, y el bombo lo acompaña.
Mañana se seguirá el baile.
ENTIERRO INDIO
Días pasados enterraron al padre de Fabián Sarapura. Murió de puro vivir, casi a los cien años. Mataron al perro, le rezaron las viejas y le cantaron los amigos. Lo llevaron en la media tarde, al camposanto de la loma. En el lugar se levantan unas cuantas cruces de palo tableado a cuchillo. Los kollas han pircado el terreno y, en trechos, está la tapia derruida. Por esos huecos se meten mulas y burros a estropearlo todo, buscando algún pasto. Los hombres del cortejo se pusieron a cavar la tumba. Cada tantas paladas descansaban. Y entonces los familiares del muerto los convidaban con alcohol y tabaco. Esto es vieja costumbre. Tolay había llevado la caja. No tenía el tamboril sus tientos estirados. Estando flojos, el parche se apaga en su sonido y produce entonces el tono necesario para la copla de la despedida. .
Sin gritarla, sin soltar esa voz de guijarro despeñado, Tolay dice la copla ritual:
Te dejamos, Tatay,
pa que la tierra te abrigue.
Con tu poncho y tu perro
pa que te cuide.
Nosotros seguiremos, seguiremos...
¡y al final del destino
nos toparemos!
Los dos últimos versos, como un responso, son coreados .. en voz baja por los presentes. Alguien, sobre la cabecera de la tumba, clavó el palo de la cruz utilizando una piedra como martillo. El tablerito ostentaba este .epitafio: "A Tata Sarapura. Sus hijos. Contra el olvido." .
Y allí quedó el viejo kolla, bajo los cielos sin nubes. Los labriegos se quedaron un rato rodeando la tumba, ostentando el lduelo. Después se volvieron a sus casas, envueltos en la niebla que ya comenzaba a levantarse desde el fondo de la Quebrada, como queriendo apurar el ocaso. El viento deshilachaba los amagos de la cerrazón, que se esfumaba lenta, mojando los ponchos, randa sobre la escasa barba de los viejos, abrilIantando las cimbas de las chinas y haciendo estremecer la pelambre de los flacos perros. "En el 'cerro, la muerte, como la vida, es sólo un matiz del silencio.
FUENTE: libro: Antología de Atahualpa Yupanqui Editado por Organización Editorial Novaro S.A. Barcelona España - 1974


JULIETA –AYELEN- IVAN- 5º A

1 comentario:

Unknown dijo...

Este espacio dedicado a don ata se me figura como un guiño de buen gusto y respeto por lo que han llenado la alforja de la cultura criolla,les doy las gracias por esto y espero que sigan por esta senda.